Escrita entre 1612 y 1614, esta obra se ha convertido en el símbolo de la revuelta popular contra el poder despótico del noble, la injusticia y arbitrariedad caciquil, un mal endémico en España, cuyo último y virulento rebrote tuvo lugar tras el afianzamiento del franquismo, después de haber sido seriamente amenazado durante los días de la II República, tantas veces denunciado en literatura pero pocas veces igualado por el grito revolucionario de: “¡Fuenteovejuna!, ¡Los tiranos mueran!”, que se propaga por las calles del pueblo como un reguero de pólvora. El argumento de la obra nos presenta a un Fernán Gómez, Comendador de la Orden de Calatrava y Señor de Fuenteovejuna, hombre arrojado y de indudable valor en tanto que militar, si bien libertino con las damas, con las que se permitía ciertas licencias apoyándose en el poder institucional que le acordaba su posición social. Así, persigue a Laurencia, la hermosa hija del alcalde. Frondoso, novio de la joven, jura vengarse de ese asedio desvergonzado. Tal es la arrogancia del noble, que la Junta de los villanos osa amonestarlo, ante lo cual, éste hace mofa de ellos, sugiriendo que son gente inferior, sin derecho a honra, sin otro privilegio que el sufrimiento. Antes de partir en campaña, comete una nueva felonía, entregando a Jacinta a la soldadesca para que abuse de ella y azotando a Mengo, rústico gordo y, por lo común, pusilánime, pero que en tal ocasión reunió el coraje suficiente como para salir en defensa de aquélla. Durante la ausencia del Comendador, se celebran los desposorios de los jóvenes Laurencia y Frondoso. Pero hallándose el pueblo entero festejando las bodas, llega inopinadamente el Comendador, quien manda encarcelar al novio y se lleva a la novia. El pueblo se reúne para deliberar con ánimo de tomar una decisión drástica, oscilando entre acogerse a la protección del Rey u oponerse por la fuerza al Comendador, llegando, si fuera preciso, a matarlo. En mitad de la asamblea, se presenta Laurencia, con el traje en piltrafas y signos evidentes de haber sido tratada brutalmente. Aquello fue la antorcha en llamas que cayó sobre el polvorín. El pueblo se alza en armas como un solo hombre, apoderándose cual vendaval furioso de la persona de Fernán González y lo mata. Claro que luego interviene la justicia del Rey. El juez somete a tortura a varios villanos con el propósito de obtener una confesión. Todos ellos, ante la pregunta: “¿Quién mató al Comendador?”, responden: “¡Fuenteovejuna, Señor!”. “¿Y quién es Fuenteovejuna”. “Todos a una”. Fue la respuesta unánime. Tomando el Rey conocimiento de los hechos y notando la imposibilidad de encontrar la mano ejecutora del acto criminal, decide perdonar al pueblo entero.
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