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La poesía de Abderrahman El Fathi no pierde lirismo ni siquiera cuando se trata de temas tan crueles y tan íntimamente ligado a su entorno como es la última guerra de Irak o el problema palestino. Tanto en El cielo herido como en Primavera en Ramallah y Bagdad alcanza un grado de intensidad que no es producto solamente de la cercanía emocional de los hechos que se exponen, sino del compromiso del autor con su palabra, por encima de cualquier causa. La voz de un personaje, surgida deliberadamente de la conciencia del poeta, le sirve para distanciarse del discurso natural que impone el horror y la barbarie, y entre la indignación y la impotencia, preludiar el bombardeo de esta manera: Las noches se asomaban hermosas desafiantes en todos los soles y la luna confundida, escondía su luz de fuego carbón, volvía su cabeza arrojaba su extrañeza hacia Nasiriya. Para los lectores españoles es una suerte poder disfrutar de una muestra poética que, aunque escrita en nuestro mismo idioma, nos plantea otra forma de acercarnos a la realidad o a la vida, que da lo mismo. El decir lento, la ternura, la pausa y la atención a las pequeñas cosas para entender lo grande no son características comunes en nuestros poetas contemporáneos, pero abundan en buen grado en los versos de Abderrahman El Fathi. Posiblemente todo esto sea producto del roce cotidiano con otra tradición o quizás, de un mestizaje natural que arranca, como apuntábamos al principio, de las tierras de Al-Andalus. Son poemas sencillos que nos hacen pensar en quiénes fuimos y quiénes somos ahora; poemas que nos hablan del amor y la guerra, incluso del amor en la guerra, que nos desvelan un misterio en una simple pincelada -cosa de agradecer en estos tiempos agrios, cargados de retórica- y nos permiten reconocernos en su herencia.
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